Cansada, agotada después de recorrer un largo trayecto pedaleando en su vieja bicicleta, se para, respira hondo y desvía la mirada hacia su derecha. Lo añoraba, hace mucho tiempo que no pasaba por allí, su lugar preferido, el mar.
Deja su bicicleta suavemente en el suelo, y decide andar y sentir. Cierra los ojos y anda. Conoce el lugar, no se puede equivocar. Siente la brisa rozar su piel, puede escuchar las olas al romper. Sigue andando, sus pies se hunden en la suave arena de aquella playa que echaba tanto de menos. Sabe que dará dos pasos y se encontrará con él. Con el primer paso, su respiración amaina. Con el segundo… siente el mar bañar sus pies. Sonríe. Entonces es cuando abre los ojos y mira. Ve paz, tranquilidad. Olvida. Parece que la brisa la acaricia, empezando por las manos, subiendo por los brazos, hasta llegar al cuello donde se hunde en un profundo beso. Vuelve su mirada atrás, y allí está él mirándola fijamente, sintiendo su piel. Ella, sonríe. Él, la besa.
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